Un tour por el silencio.
- PAQUIDERMO
- 28 ene 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun 2020
Teresa Díaz del Guante.
Cuando arranca la obra “Un tour por el silencio” cuando veo la mancha de cuerpos, que no están entrelazados, están amontonados, siento que flotamos entre la miseria y un país que nos perteneció. En esta obra la pobreza se percibe, tiene olor, tiene caras y culpables. Todo es como una imagen reseca, decolorada, una vieja estampita, las estrofas rotas de un himno, la historia oxidada y olvidada ante el hambre, la miseria y un sistema que se alimenta como un cerdo que no conoce más que el hambre propia.

He leído y visto obras con el tema de la migración, y no devalúo el trabajo de estos trabajos, pero, en esta escritura en particular se aborda no desde la razón de irse, sino desde ese desamparo, de esa identidad ya robada y que uno no puede dejar de ser lo que es, (al sur, siempre al sur) solo así entiendo que miles de inmigrantes mexicanos estén trabajando “allá” la tierra cuando pudieran hacerlo aquí… “La tierra es la misma aquí y allá” dice Cutberto… En realidad, uno se va porque no queda de otra, pero uno “no se puede ir” porque en el fondo, uno tiene un ancla clavada en su tierra.
Sin temor a equivocarme, Un tour por el silencio, es la mejor obra de Cutberto López, no por la temática, sino por el conjunto de dosis precisas que hacen que el texto tenga un valor técnico, economía de texto, a eso le sumamos que está escrito desde el desgarre, sin palabrería ni didácticas, ni complacencias… En la puesta hay una clara y entendida lectura por parte del director, que es Saúl Meléndez, se ve una pieza entera y eso pudo solo haberse logrado porque el dramaturgo tuvo a bien, generar todo un mundo sostenido por hilos transparentes que se van ciñendo con el andar de las letras.
El texto es económico, poético, cosa muy extraviada en el teatro regional, donde la poesía se ha reducido a la comparativa y no a la generación de imágenes, cosa que creo que se polariza con “la figura que se ha hecho de Liera” es decir, se habla mucho de él, pero el grueso de obras de corte regional contemporáneo, redondean solo el habla, que si bien rescató Liera, no era desde la forma desde donde escribía o bien generaba montajes. Hablar de identidad en el proceso de Dramaturgia, es hablar de síntesis, pues solo aquel que entiende el anclaje emocional y sustancial, es capaz de escribir poéticamente. De Liera, se ha imitado como suena, como se lee, pero no la estructura, dicho más románticamente, EL ALMA, que apelen a la “convención” y que el juego se haga presente en cada línea, permitiendo la búsqueda de diversas maneras de llegar. El asunto con el Teatro regional “contemporáneo” es que quiere sonar a lo mismo, y eso lo vuelve artesanía, metáfora forzada, un trabajo que hay que soportar por que la tradición y la comodidad así lo requiere.
Un tour por el silencio no es una obra “joven” sin embargo se apega y se presta a los cánones que muchos “jóvenes” están señalando como vitales para el Teatro, lo que me hace concluir, que la honestidad y la verdad, junto con esa necesidad de contar una historia, jamás perderán vigencia en el Teatro.

Admirable el trabajo de Saul Meléndez, que manera de diseñar desde los valores pequeños, desde los pequeños momentos… Y aunque le deseo lo mejor al montaje, estoy segura de que cada vez nos apantalla más la magnitud y los espectáculos que llenan butacas, pero no habitan ningún alma. Y antes de señalar al público o "preocuparnos" por el, habría que hacer un inventario de las herramientas con las que como comunidad generamos, y si estas atienden al ALMA o un momento de vanidad, apuro económico cubierto con la falta de conocimientos y aunado con la corta idea de que uno debe de gozar lo ya trabajado, cuando el teatro se conjuga en PRESENTE.
Ver este montaje es enfrentarte a un circo de varias pistas, la textualidad, los actores que hacen de “coro” que nunca dejan solo a quien cuenta su historia en este Himno Nacional que ha de entonarse en silencio, pues es la única manera de presentarse ante la muerte.
Dos hombres quitando, chupando todo, mintiendo… ante una que me parece una cabeza de alce, insignia de poder y de estatuas a costa de lo que sea. Eso somos, un país que ya vale por sus muertos.
El trabajo actoral es de dar gusto, nada sobra, pero nadie te queda a deber que eso es lo mejor, cada uno hace lo suyo y te dejan en claro su razón de estar ahí… Puedo decir de Fito y Eduardo Arriaga, que son una delicia, que trabajan siempre, que se ve el corazón recargado en la tabla y el respeto por este oficio, de reconocer la manera en la que se dejan dirigir y se adhieren a un procesos distinto. La negra, Miriam Valdez, que, en su sencillez, logra dibujar amargamente más de alguna madre del sur, o de cualquier lugar del país, hermosa imagen de la poltrona. Marichú Romero, tiene una cara distinta para cada personaje que hace y un trabajo minucioso cuando no está en foco, se ve y se siente que lo está pulsando.

Andrés Vizar quien, en mi particular, me parece que tiene tantísimo que darnos, es comprometido, entregado, admiro el rigor de él y de Enrique para un trabajo tan serio que seguramente está alejado de su realidad, pero la entrega y la fuerza con la que lo hacen es admirable, pocos actores jóvenes y no tan jóvenes trabajan así, acertado es la inclusión de estos jóvenes, que junto con Zeira Montes, han refrescado el grupo y le han dado balance a las puestas en escena, por lo menos los tres últimos montajes de esta agrupación. Marcela Beltrán, quien se le nota la experiencia "la vieja escuela", su forma de estar en escena, que es peculiar, pero se ve sumergida al proceso y en conjunto con ese discurso de defender el “Himno”, el canto, es hermoso ver la verdad en los ojos. Creo que el teatro se puede llevar a donde sea, siempre y cuando exista "la verdad".
Es el trabajo que más me ha gustado de Genaro, porque como actor, siendo el capitán, el vendedor de inmigrantes, se aleja de lo que todos ya esperamos de él, y creo que ese es el curso que debe seguir, pues es padrísima la escena del capitán, del avión, no solo por la estética marcada por el director sino por el compromiso y riesgo, sobre todo riesgo, que lo sacó de su zona y lo hizo encarar el teatro desde otra trinchera que no está desgastada y le refresca sus propias posibilidades, las cuales son muchas.
Un tour por el silencio es una obra que tienen que ir a ver, porque es un montaje que realmente está unificado, un gran texto, una excelente y generosa lectura, un universo estéticamente definido, un discurso más allá de la palabra o de lo que los ojos alcanzan a ver, que de te deja pensando… ¿De qué huimos? ¿A dónde nos vamos? ¿Qué nos llevamos cuando nos vamos?
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