“Nace una promesa teatral con Años Sabáticos”
- PAQUIDERMO
- 10 abr 2022
- 3 Min. de lectura
Por Josar.
Mazatlán, Sinaloa.

Suenan las bocinas de carros y el típico barullo turistero que rodea la Casa Haas en Mazatlán, Sinaloa. La sala está llena y expectante en punto de las siete y media p.m. La oscuridad envuelve un silencio sepulcral. Una lámpara ilumina la poca escenografía que remite al espacio creativo de un joven artista, sobre el cual resalta una máquina de escribir. Sin aviso, un maniquí humano irrumpe en el escenario. Sostiene un letrero que dice: “Años Sabáticos”. El maniquí da vuelta al letrero: “Por Porfirio H.” El maniquí cambia de letrero: “Favor de llamar al 6693269803”. Nadie llama. El maniquí da vuelta al letrero: “Insisto”. Nadie llama. El maniquí da vuelta al letrero: “Favor de llamar al 6693269803”. El maniquí da vuelta al letrero: “Insisto”. Nadie llama. El maniquí da vuelta al letrero: “Favor de llamar…” Finalmente, un miembro del público llama. El verdadero autor de la obra, Alejandro Careaga, contesta el celular sobre el escenario: “No puedo hablar ahorita, estoy escribiendo”, dice, y cuelga para teclear la máquina de escribir. Sobre el sonido de las teclas se escucha la reconocible voz oficial del Instituto Municipal de Cultura y Arte de Mazatlán, que da la “primera llamada”.
Así debutó Alejandro Careaga su ópera prima “Años Sabáticos”, escrita, dirigida y actuada por él, en producción por la compañía “Que No Llueva Porque Lloro”, que dirige junto a sus compañeros de generación: José Manzanilla y Perla Saucedo.

Después de la tercera llamada a su celular, el actor entregó el texto recién escrito al maniquí de los carteles, que leyó en voz alta: “En una noche cualquiera, en una loma cualquiera, en las afueras de una ciudad cualquiera, pesa la densidad de un húmedo calor…”; sobre la narración, el actor acarició su espalda expresivamente, acarició su rostro expresivamente y su cabeza acarició también, en el frenesí de la expresión, hasta que se detuvo no menos expresivamente para decir: “No se preocupen, esto no es danza contemporánea”.
Entonces, ¿qué es “Años Sabáticos”?
Es, primero, la historia de amistad entre Sergio, Diego, Luis, y el supuesto Porfirio Herrera, que se narra en retrospectiva después de un trágico accidente automovilístico. Es el ingenuo joven que pinta en su cuerpo una propuesta de amor y recita con lengua pegada a los labios una pegajosa canción de Allison. Son los regaños familiares por “perder el tiempo”. Es la imprenta moral de la religión en medio de los cuerpos colgados en los puentes de Sinaloa durante la guerra contra el narco. Es el despertar juvenil, con toda su lascivia, rebeldía y carrilla porteña. Es, también, el humor negro que palpita ante la inminencia de la muerte. Un mal chiste que nos lleva a cuestionarnos si vale la pena vivir, hasta que un mensaje interrumpe el cortar de unas venas con un “¿Cómo estás?”
Pero es sobre todo la búsqueda de un lenguaje escénico propio. Si va a ver “Años Sabáticos”, intente preguntarse lo que se pregunta el autor y disfrutará más la obra. Intente preguntarse por el sonido en el teatro como constructor de atmósferas. Sea en canciones, marchas de guerra, o chasquidos de dedos para transicionar escenas. Intente preguntarse sobre lo insólito de hacer un entreacto en una obra de hora y media. Intente preguntarse sobre la necesidad de acotar un abrazo en escena. Intente preguntarse sobre el peso de la luz, el fuego, y el silencio. Intente preguntarse sobre la relación entre lo que llamamos realidad y las historias que nos contamos.
Si fue a la obra y se pregunta todo esto, le aseguró que dejará pasar los olvidos de texto, la carencia de una técnica vocal cimentada, el “lampareo” en veces agresivo de la iluminación, la necesaria reescritura del texto dramático, la ligera sobreactuación y autoindulgencia leve de forzar una catarsis en escena, que sintetizan la falta de un ir más allá para terminar de pavimentar el camino del lenguaje buscado, pero no terminado de construir.
“Años Sabáticos” es ante todo una promesa incompleta. La promesa de que este joven y su compañía seguirán preguntándose y explorando el lenguaje teatral para construir nuevos caminos y propuestas de hacer teatro en Mazatlán. Deseamos que sigan trabajando para cumplir esta promesa.

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